No quiere bañarse, no quiere irse dormir, se niega a comer, no se queda quieto, rompe algún objeto o no da bolilla. Muchas veces los chicos se encaprichan por cualquier motivo.
Y hay un momento donde esta situación se potencia aún más: alrededor de los dos años, los niños tienen inmensos deseos de independizarse, de ser autónomos como a la vez de seguir siendo bebés. Esta situación contradictoria que viven y sienten hace que, a veces, se comportan tan mal que nos confunden.
Es en este momento en que aparecen los caprichos, para asegurarse de que los tenemos presentes todo el tiempo, una especie de necesidad de llamar nuestra total atención.
Algunas sugerencias para prevenir los caprichos:
Conocer y respetar sus horarios sus rutinas, para entender que hay momentos para cada cosa que se espera: el momento de alimentarse, de ir a dormir, de jugar, les permiten aprender a comprender la noción de tiempo y que todo no es ya, aquí y ahora.
Es importante saber que el ponerle un límite primero los enoja, pero luego los tranquiliza.
Los padres deben mostrarse seguros pero con afecto y hablándoles mucho. Y tiene que haber coherencia entre lo que dice y hace papá y lo que dice y hace mamá. No dar dobles mensajes. Cumplir y sostener lo que decidimos. Ser constantes en la puesta de límites.
Respetar su enojo sin necesidad de intervenir, acompañándolo y dándole tiempo para que se le pase.
La conducta y actitudes de los padres serán el modelo y la forma en la cual comprenderán qué se espera de ellos. Y, por eso, desearán responder a esa expectativa por el amor que nos tienen. Aprenderán así, poco a poco a socializarse.