Los bebés nos quitan el aliento. Por su candor y por toda la demanda que como papás nos exigen. Pasado el jardín las cosas empiezan a encaminarse y uno siente que recuperó algo de sí mismo, de aquél que era antes de que «pasara el temblor». Es lo que los especialistas llaman «período de latencia». Por un tiempo, aparece una cierta normalidad de vida que estresa menos el devenir familiar. En esta situación, uno se relaja.
Pero, como lo pensadores de bombilla en mano saben, el tiempo pasa rápido y, de pronto, en la cena aparece un desconocido. Ese bebé candoroso, niño tranquilo que juega en su cuarto, se convirtió es un déspota con celular que apenas si emite una palabra: pide, más bien demanda, algo que no está servido, por ejemplo.
Es allí cuando, coincidentemente, más necesitamos de la comunicación. Estar cerca, acompañarlos en el largo camino de convertirse en adultos, estar dispuestos a que vengan a recurrir a nosotros cuando lo necesiten… Pero, ¿cómo sucederá esto si no vino pasando en el trayecto previo?
Alimentar el vínculo a cada edad
Se habla mucho del apego en momentos de lactancia, de colecho, de construir el vínculo cuando el pequeño recién llega. Pero el lazo, se construya o no, cambia y pide de los integrantes otra estrechez, demanda otras rutas para llegar al otro. El contacto entre padre e hijo es un lazo de pareja, en el sentido de dos humanos relacionándose uno con el otro, pero dispar en cuanto a que uno es adulto y -se supone- portador de todas las herramientas. Ambos cambian, se enojan, se distancian, se necesitan, están en un mejor o peor momento, pero trabajan en construir lo que los une, más allá de la sangre misma.
Los adultos somos los que debemos motorizar esa conexión. Pero, ¿cómo? Estas son algunas ideas para conectarte con tus hijos:
✓ Juguemos los dos. Aquello de «tiempo de calidad» es esencial, pero no basta. Obligarse a algo no es muy efectivo. Jugar a la pelota o hacer un rompecabezas si se hace de mal ánimo, no conecta. Tienen que buscar algo que los divierta a los dos.
✓ La agenda no es una mala palabra. Si el día a día es tan ocupado que la respuesta habitual es «no tengo tiempo para…», entonces: agendemos.
✓ Entusiasmo para todo. Si lo que hoy se puede es compartir el lavado de la ropa (que para los chicos puede ser un desafío), plantearlo con alegría, con detalles para aprender, con sugerencias de en qué los más chicos pueden ayudar. Y, claro, tener paciencia. Enfoquemos: aprovechamos a hacer algo de la casa todos juntos.
✓ Práctica. El lazo, la relación, no se hace en un día.
✓ Todo vale. juegos en la compu, cartas, cocinar, andar en bici, ir al cine, arreglar algo en casa, ir de compras, ordenar el cuarto, hacer una manualidad, leer juntos.
✓ Contacto. Darse abrazos, sentarse juntos, darse besos, palmadas de felicitaciones y mimos, de acuerdo a la edad.
✓ Rutina. No puede ser un hecho aislado. Sí pueden ser distintas cosas, pero debe haber continuidad y frecuencia. La tonicidad es resultado del ejercicio.
✓ Balance de flexibilidad y firmeza. No seamos tercos en imponer un proyecto propio para hacer juntos tal como a uno se le ocurrió. Un poco de adaptabilidad será bienvenida. Ser sagaz para terminar en plazo lógico, sin estar cambiando cada dos minutos. Insistencia a la hora de arrancar: a veces cuesta, pero hay que ponerle energía.
✓ No todo tiene que ser para ganarse un Oscar. Algunas cosas serán más divertidas o saldrán mejor que otras. Pero, en el fondo, esa no es la cuestión. Estamos allí para algo más.
Fuente: Clarín Entremujeres