«Ya vas a ver cuando venga tu papá lo que te va a pasar»; «si no te dormís va a venir el viejo de la bolsa o el cuco»; «te vas a la cama sin comer». Muchos de estos castigos, que se siguen reproduciendo sin crítica alguna en las series de tv y en películas, suenan ya anacrónicos y crueles. ¿Dejaríamos a un chico en plena etapa de desarrollo sin alimento por más de doce horas? ¿Asustaríamos hasta la lágrima? ¿O hemos cambiado y ya no usamos estos recursos?
Los límites son necesarios, el «no» puede variar su forma: desde un grito pelado que nos hace doler las cuerdas vocales, al famoso «chirlo a tiempo», una mirada intensa, una amenaza que genera miedo o una explicación dada con firmeza. ¿Qué elegimos?
Recursos de antaño como el viejo de la bolsa o las amenazas del padre castigador van dando lugar al diálogo y a la elaboración de algunas explicaciones. Aún así, y pese a todos los cambios positivos que fuimos haciendo, seguimos utilizando herramientas que tienen que ver con los juegos de poder, con marcar quién es la figura de autoridad («el que manda acá soy yo, porque sí»), en lugar de acompañar a nuestros hijos generando un encuadre que les permita aprender a dejar de hacer eso que no nos parece correcto.
A veces caemos. Alegamos cansancio, hartazgo e impaciencia; entonces recurrimos al modelo más conocido, a la manera en la que fuimos educados nosotros.
«La forma más respetuosa de poner límites es con empatía y diálogo -explica la licenciada en psicología Marcela Mariangeli– comprendiendo lo que cada ‘no’ va a generar frustración. Validar aquello que les pasa implica ser empáticos, comprenderlos, estemos de acuerdo con lo que hacen o no».
El error más común que cometemos es creer que la infancia o adolescencia de nuestros hijos es igual que la nuestra y al actuar desde allí desconocemos que muchas veces los niños de hoy son más contestatarios, desafiantes e hiperactivos, no porque sean “malos niños” sino porque son el resultado de una sociedad así.
Fuente: Clarín Entremujeres