Antes, el principal objetivo de la vida de las mujeres era ser madres: tener hijos, cuidarlos, educarlos, ser su sostén en todo sentido y, luego, acompañarlos en su vida adulta. En la actualidad, ser padres se combina con otros roles muy fuertes, la profesión, el cuidado del cuerpo, y actividades sociales. De hecho, muchas mujeres y también muchos hombres se plantean la decisión de convertirse en padres.
¿Tengo que ser padre? ¿Hace falta ser? ¿Qué significa ser padre? ¿Cómo se ve a quien decide no tener hijos? ¿Cómo combino mi rol de padre y mis otros roles? Éstas y muchas otras preguntas son las que hacen las personas en edad de convertirse en padres.
Ser padres significa correrse del eje de protagonismo de la propia vida, implica dejar el ego de lado. En la sociedad actual, se espera que las personas sean buenos hijos, buenos padres, buenos estudiantes, profesionales y, también, buenos consumidores. ¿Cómo todas estas cuestiones?
Los especialistas coinciden en que las demandas laborales, las demandas sociales y la búsqueda de la juventud, afectan directamente el rol de padres. La maternidad, a costa de las presiones y los logros personales, se posterga en comparación a las generaciones anteriores. La pérdida de espacio propio, el miedo a ser absorbidos por las necesidades del niño, el temor al cambio, el shock en la pareja, las demandas económicas… Son algunas de las muchas cuestiones que entran en debate.
En esencia todos reconocemos lo que un padre debe ser: cobijo, seguridad, afecto, contención, alimento, vivienda, entorno saludable, educación formal y socialización. La posibilidad real de llevar adelante todos esos ítems va de la mano de una serie de exigencias que se le imponen al progenitor desde el mismo momento de la llegada del pequeño.
La flexibilidad ha de ser una de las cualidades que los padres deben aprender a manejar para reducir su nivel de estrés a la hora de no poder controlar los sucesos que acontezcan. Además, también es importante la capacidad de adaptación a los hechos, como la posibilidad de dejarse llevar sin perder estabilidad. El padre deberá siempre conservar una especie de control marco: dentro de estos niveles los hechos podrán variar y él deberá sentirse relajado dentro de ese esquema.
Una sabia combinación de situaciones base aceptables y adaptabilidad para jugar con ellas, es una de las primeras exigencias que el rol de padres impondrá desde el comienzo. La llegada del niño pone en juego la capacidad de adaptabilidad frente a la imprevisión de otro -el niño- y de todo el entorno nuevo que acomete.
En esa experiencia los padres se exponen a una ambivalencia permanente: intención de rigidez para conservar el status quo, por un lado, y el exceso de “dejar que suceda”, por el otro.
La mayor exigencia se da en torno a definir el tipo de padre que se quiere y puede ser. La combinatoria es clave. Lo aspiracional de parte del “quiere” y lo concreto del lado del “puede”. Es complejo encontrar una medida personal que satisfaga ambas condiciones y que, a la vez, se mantenga en el tiempo. Fuente: Flavia Tomaello, autora de “Qué animales somos como padres”.